Submitted by jorge on Wed, 28/02/2018 - 06:43
Los calabozos de los Juzgados de Plaza de Castilla no son un lugar apto para permanecer muchas horas encerrado -quizás durante los primeros años de su construcción sí lo fueron-, pero el tiempo, la falta de mantenimiento y el mal uso que le dan las personas ahí retenidas, han hecho de esos lugares de encierro centros de insalubridad y agresión.
En los habitáculos donde encierran a los diferentes detenidos, cada uno de su padre y de su madre, de diversa peligrosidad, con delitos más o menos graves, primerizos y reincidentes, las horas pasan tensas, en ocasiones con movidas, en otras de compadreo, pero siempre con esa línea de baja o alta tensión mantenida.
Hemos visto a unos chinarse los brazos con trozos de azulejo, con cuchillas escondidas o con cualquier otro material utilizado como cortante o punzante, hemos visto intercambiarse droga que han expulsado de su vientre, hemos visto mil y una acciones que a los primerizos recién llegados les ponen los pelos de punta.
El caso acaecido el pasado viernes fue diferente, ya que el agresor sexual que fue encerrado en dichos calabozos, lo fue, con muy buen criterio por parte de los funcionarios, en un habitáculo de manera individual, para evitar eso que antes comentábamos, que fuera agredido por otros en caso de ser descubierto su delito.
O no pudo aguantar el aislamiento o deseaba evitar entrar en prisión con una mochila de agresor sexual sobre sus espaldas o tuvo un mal día o, quizás, un instante de mala conciencia de lo llevado a cabo, el caso es que se quitó la camiseta y se ahorcó.
Este hecho no es común en lugares en donde el encierro apenas dura horas o un par de días, no así en prisión, en donde los suicidios son comunes y las estancias mucho más largas.