Arribó aquella mañana a Mercabarna. El contenedor había viajado durante el fin de semana desde el puerto de Hamburgo y el chofer aún dormía. Paseó por el recinto como tantas otras madrugadas había hecho. Los mismos gritos, ruidos, bocinas, todo como de costumbre. Sin embargo, en todo ese meollo de locura controlada sobresalía algo apenas perceptible. Poco a poco comenzó a atisbar los pequeños detalles que no encajaban en el rompecabezas. Coches con personajes que no pertenecían al sector y sus constantes cambios de posición. Cuanto más deambulaba, la clarividencia de una próxima catástrofe se iba cerniendo sobre él.
Llamó a su socio.
- Aquí pasa algo- le comunicó.
-¿Qué es lo que pasa- preguntó.
-Coches y gente que no cuadran- le dijo.
-¿Pero, será la bofia? Si es así, me piro, ¿eh?- respondió Eladio con voz queda.
–No sé, pero normal no es. De todas maneras me quedo. La nave tiene dos entradas, no sé ..., quizás..., me quedo- le confirmó.
Al otro lado del teléfono la comunicación se sintió moribunda.
–Bueno, bueno, sigo adelante. Llegaré en breve con la furgoneta-. Cortó.
Eladio había aculado el vehículo frente a la nave mientras él rebuscaba entre los palets. Por fin dio con la mercancía. Los hizo colocar frente a la entrada y comenzaron a traspasar las cajas en cuestión.
Un chirriar de neumáticos y rugidos de motores lo empotró en la realidad. Alcanzó a levantar la vista para observar a izquierda y derecha acercarse vehículos a toda velocidad envueltos en nubes de polvo. En fracciones de segundo le vinieron a la mente escenas televisivas de “Miami vice”.
-Eladio, la hemos cagado- fue lo único que dijo, tranquilo, relajado, por fin.