Es entonces cuando recuerdo, que dentro de cada bolsa de artículos higiénicos, además de un par de rollos de papel higiénico, un cepillo de dientes, pasta de dientes sin marca –muy útil para pegar fotografías y posters en la pared-, el peine deformable, una esponja, unos condones –no tengo claro si son para utilizarlos con el compañero de celda o para los vis-vis-, también había un vaso de plástico de color azul.
Subo rápidamente. Me han gritado desde la fila, que en cualquier momento chapan, es decir, que el funcionario una vez que baja el personal, vuelve a cerrar los chabolos. Me enteraría más tarde, que lo hacen con el fin de evitar que las ratas entren a robar o algún listillo suba al descuido a colocarse o a dormir el mono.
Tragamos el desayuno sin pena ni gloria, más bien con pena; apenas baja el sólido por la garganta, tal es el nudo que la situación me ha provocado en ella. Creo que en el tiempo que llevo retenido, he probado algún que otro bocado.
Al salir encuentro grupos de varios caminando en círculo por el patio como bueyes de noria. Giran y giran sin un final claro. Otros, los menos, lo cruzan de un lado al otro, ida y vuelta, vuelta e ida, y así, sin parar. Nosotros nos adherimos a la costumbre y pronto se nos une uno y después dos más.
Hábiles y conocedores de la predisposición de los recién llegados, comienzan a sonsacarnos información de nuestro delito, de nuestra situación familiar, cavando en las profundidades de nuestras vidas como hurones. Cuando sienten que nos encerramos en nuestro ensimismamiento, sueltan cada cual por su lado:
-Oye, compi, ¿tienes un truja?
-Lo siento, no fumo.
-Yo tampoco -respondo creyéndome libre del acoso que subrepticiamente comienzan a organizar.
-Bueno, pues invítame a un café. El Economato ya está abierto. Si quieres voy a buscarlo -propone uno de ellos, hábil como una comadreja.
Me tienen acorralado, aún me encuentro atontolinado, y en fin, no quiero enemistarme nada más llegar. Mi amigo tampoco.
-Bueno, a un café de acuerdo -acepto.
-Y uno para mí -intercede el otro.
-Y para también -suelta el tercero.
-Eh, eh, parar el carro. Yo invito a uno y mi amigo al otro -corto cuando ya siento que se nos están subiendo a la chepa.