Ya es de mañana. Mi primera reacción es levantarme e ir al baño. Entonces, cuando desciendo desde mi litera al suelo, me percato que en esta casa el confort del cuarto de baño no existe. Joder, estoy en prisión, pienso y para entonces ya sé que solo cuento con un lavamanos y un agujero que ruge como el demonio cuando acciono la palanca: el tigre.
Sin embargo, en esta primera mañana todo está por descubrir.
-¿Y la ducha? -pregunta él. -Llevo tres días sin ducharme y no aguanto más.
-Estará en el patio, supongo -respondo dubitativo.
-Bueno… pero allí… tú sabes. ¿Y sí nos…? Bueno, ¿y si nos violan en la ducha?
Permanezco callado. Es lo último que se me ocurriría. Mi mente todavía no se ha acomodado al momento, ni se adaptaría hasta meses después. Esto no es cosa de unos días y listo. Qué va. Iba para largo.
Ahora los pensamientos se pierden en mi hogar, mi mujer, mis hijos y a ver, quizás en que me den la libertad en cualquier momento. A lo mejor se percatan de algún error, mi abogado podría encontrar un resquicio en la instrucción, al juez le ha podido tocar la Primitiva y por un acto de conmiseración y júbilo me deja libre… tantos pensamientos sin sentido se entrecruzan por mi mente. Qué iluso. Regreso al hormigón de la celda.
-Hombre, no creo. Eso pasa en las películas. Pero aquí, ahora, a comienzos del siglo XXI. No creo, aunque mejor vamos juntos y mientras uno se ducha el otro vigila.
-Vale, pienso que eso va a ser lo mejor. Estoy cagado.
-Ah, hablando de cagado, abre la ventana que el que va a cagar soy yo. Llevo tres días aguantando y estoy que reviento -le digo algo cortado. Sin embargo, me pesa más la necesidad que el ser pudibundo.
El otro no sabe a dónde mirar, por lo que opta por asomarse a los barrotes después de haber abierto la hoja de la ventana a su máximo ángulo.
Observo el tigre con esa pintura verde desconchada y su profunda garganta oscura sin fondo y a punto estoy de declinar la invitación a aposentar mis posaderas sobre él. Llego a un acuerdo intermedio conmigo mismo. Me bajo los pantalones, después los gayumbos y apoyo una mano sobre la pared, para en vilo, realizar lo que con tanto anhelo deseaba.
No obstante, viéndome en esa postura y a mi compañero de espaldas y haciendo denodados esfuerzos por sacar el cabezón entre las rejas de la ventana, me entra una depresión de aquí te espero.
-Lo que fui y en lo que me he convertido -pienso. -Y a estas alturas de mi vida, cuando había logrado posicionarme socialmente, cuando el éxito me sonreía… ahora esto -continúo reflexionando.
-¿Has terminado ya? -oigo proveniente de la ventana y que me introduce de nuevo en el capítulo de esta mi nueva vida.
-Sí, si -respondo atropelladamente.
-Tú no vas a… bueno, ¿no vas a usar el tigre? -pregunto.
-No, no ahora no tengo ganas -contesta sonrojándose.