A la hora de la comida regresa el Guarín al módulo. Ha terminado su jornada de destino y ya sueña con la siestorra que se pegará después del papeo. Pero antes tiene algo que solucionar.
Se acerca a la mesa del Kie, toma una silla de la de al lado y se sienta junto a él.
-Bueno, Guarín, ¿qué has averiguao del menda ese?-dice el Kie apoyando los codos sobre la mesa.
-Que no vas desencaminado, Manu, nada desencaminado. El tipo es un violeta. Violó a su sobrina de 12, el muy hijo de puta. Y reincidente, el muy cabrón- suelta altivo el informante. El Manu permanece un rato pensativo. Después habla entre susurros.
-Ya me daba a mi en la nariz que no era trigo limpio, ya me daba. A ver tú- dice señalando a un taponcillo sentado junto a él.
-Prepara el pincho para esta tarde, para después de la siesta, cuando bajemos al patio. Y tu Guarín, tú no te has enteraó de ná, ¿entendío?
El Guarín y el otro cabecean al tiempo en señal de asentimiento. El primero deja la silla y se va su mesa. El resto continua con la comida.
Las cinco. Hora de bajada. Las puertas de las celdas se van abriendo a golpe de llave y cerrojo. Desde el primer instante se presiente movida en el ala izquierda de la segunda planta. Un ir y venir de sombras entre chabolos se delatan.
El mismo engendro percibe el peligro. Su experiencia de años lo han vuelto precavido. Ha tenido tiempo durante la hora de la siesta de prepararse con una lata aplastada de Fanta un arma cortante, roma, pero cortante. Se dirige con paso renco pero rápido a las escaleras. Sin embargo, no lo suficiente. Dos lo esperan en el primer rellano. A sus espaldas sendos pinchos relucen al fulgor de la luz del pasillo.