Sonó un crujido. Un chisguete de sangre salpicó la pared. Había dado de lleno en el blanco. Mientras él se desmoronaba, Dolores descargó con furia de tigresa una y otra vez la pesada sartén sobre la cabeza de su víctima. En el suelo de tierra, los movimientos del cuerpo se fueron relajando, mientras un charco bermellón iba filtrándose a través del terreno.
Poco a poco apareció el resto de la familia, rodeando al cuerpo inerte del que fuera “Él”. No se oyó un murmullo, sólo los pitidos del marcado de un teléfono y un suave susurro al otro lado de la línea: Policía, ¿dígame?
-Recuento- escuchó a los lejos en el pasillo, mientras a su vez golpeaban con un objeto metálico las puertas. Despertó. El sonsonete de una voz y el rasgueo se acercaba: tac, tac, tac...
-Recuento. A ver, la nueva, póngase en pie para que la vea- le increparon a través de la puerta, mientras un ojo taladraba la mirilla.
-Funcionaria, que la Dolores no conoce las reglas- se escuchó comentar por debajo de las mantas.
-Y tú, Encarni, que te vea, no vayas de Kie que te plantificó un parte y te jodo.
Encarni, sin prisas, dejó asomar un brazo. Los pasos siguieron su camino. Eran las ocho de la mañana. Para Dolores, la primera noche de su nueva vida.