Justo en ese instante se acerca una figura alargada, delgada pero fibrosa, que espanta a los moscones que ya se insinuaban con maneras torcidas. La sola presencia de nuestro nuevo acompañante inhibe al resto a acercarse.
-Hola chicos, soy Emiliano. Os he visto llegar y como suponía que os tratarían de presionar para sacaros algo, me he acercado. Esos son una basura, de lo poco malo que hay en este módulo. Aquí apenas somos unos cincuenta, casi todos delincuentes de toda la vida: atracadores de banco, asesinos, narcotraficantes de altos vuelos, estafadores de primera y algún mafioso siciliano. Como veréis, la crema de esta cárcel. Aquí no entran los de segunda y el que menos condena carga, lleva sobre sus espaldas los dedos de ambas manos –sonrió moviendo las palmas de sus dos manos en el aire.
-Y no creáis que recibimos a cualquiera, no, pero como salisteis hace varios días por la tele, sabemos del delito que se os acusa y me habéis hecho ganar parné –se arrimó a mi oreja y me susurró- aposté que os traían a este centro y gané, je, je, os hago los honores y cuidaré que toda esa basura se aleje de vosotros.
Mi amigo se dirige al tigre. De nuevo se le nota hundido y no comparte mi interés por mezclarse con los internos del patio. Yo, sin embargo, trato de adaptarme al lugar y por qué no, congraciarme con los que se brinden a ello; ya que voy a estar un tiempo por aquí, pienso. Cuando caigo en la cuenta de lo que he pensado, se me hunde el mundo a los pies.
Continuo caminando junto a mi nuevo acompañante, con la cabeza hundida y la mirada dirigida al hormigón, postura tan común en estas casas, pero sin oír toda la perorata que éste me va soltando. Un nudo se me vuelve a formar en la garganta mientras pienso en mi familia, en mi casa, en ese calor de hogar que me brindaban mi mujer y mis hijos... y que ahora ya no tengo; que he perdido.
¿Por cuánto tiempo? No sé, quizás poco, quizás Jaime, mi abogado, convenza al juez para que me ponga una fianza. Joder, ¿cómo he podido cagarla así? Mis ojos se humedecen, pero Emiliano no se pispa. Él sigue dale que dale con su historia, y como es común que aquí caminen y caminen junto a ti, escuchándote o haciendo que te escuchan sin mirar, sin apenas levantar la cabeza, él otro raja tranquilo.