Una tarde en que ella hacía la guardia y se encontraba aburrida en el Socio, él entró a la biblioteca. Su compañera de turno había salido a jefatura a una entrevista con el subdirector de seguridad y la había dejado en completa soledad. Tampoco tenía mayor trascendencia; las tardes eran apáticas y con poca actividad. Llamó al interno interesándose por sus compañeros. Éste respondió que dos de ellos disfrutaban en ese momento de unos vis-vis y que el tercero permaneció en el módulo con dolor de cabeza.
Fue escuchar la palabra vis-vis y observar el rostro del interno, cuando comenzó a sentir el fluir en sus pantalones de dril. Rememoró su época de funcionaria en comunicaciones y las estridencias y gritos que tenía que soportar durante los vis-vis íntimos de los internos. En ocasiones provocaban en ella pensamientos desviados, pero las más de las veces llegaron a hastiarla. Sin embargo, en este momento, un remolino de sensaciones pasadas y presentes arrebolaron su rostro.
Indicó al destino que le acompañara a revisar el escenario ante la visita de una compañía de teatro prevista para el siguiente día. Cerró la garita. Ella dirigía la comitiva de dos. Se adentraron en el salón de actos. Él encendió todas las luces excepto las del escenario. Allí se dirigieron. Ascendieron las escalerillas y se adentraron entre bambalinas. Ella enfiló con paso firme los camerinos. Accionó el picaporte de la puerta. Estaba cerrada. Se dirigió al otro camerino del lado opuesto. Lo mismo.
Una mueca de hastío cruzó su cara. Entonces recordó que su compañera se había llevado las llaves sin percatarse de ello. Sentía como su vulva supuraba fluidos y el centro de su estomago se retorcía tensionado, pero su sentido común logró prevalecer sobre las sensaciones. En el escenario no es posible follarse a este mequetrefe; cualquiera que entre de improviso nos pilla en plena faena, pensó. Entonces su cara se iluminó. ¡La capilla!, ese era el lugar adecuado.
Conminó al interno a revisar otras áreas del sociocultural, ya que como le dijo de refilón, el salón de actos se encontraba en condiciones más que aceptables. Él la siguió percibiendo el reguero de feromonas hambrientas que ella desprendía a su paso. Subieron al primer piso. Pasaron de largo por varias aulas, mientras ella pretextando examinarlas, introducía la cabeza para sacarla de inmediato y continuar la marcha. Así llegaron al lugar más extremo de la planta, el lugar que albergaba todos los domingos a un gran número de internos en busca de diversas recompensas: unas espirituales y las más, las materiales, las de la facilidad del trueque y el negocio prohibido.