Exceptuando el caso de una funcionaria muy especial del Sociocultural. Era menuda, de formas redondeadas, culo respingón y pechos ajustados al tamaño de una manaza. No era bella para deslumbrar, pero a todo el personal lo deslumbraba con sus aires de tigesa en celo. Ideal. Tenía un pequeño hándicap, o como dicen los castizos, no es oro todo lo que reluce: un marido, celoso y... funcionario.
Por eso, ella solo jugaba al gato y a los ratones; ella de minino, los internos, en especial, los de destinos, de ratones, de ratoncillos. Cada vez que a la doña le tocaba el turno en el socio, los cuatro destinos regresaban después de la siesta con las palmas de la diestra en carne viva. Y ella lo veía, percibía las miradas hambrunas de ellos, los sentía taladrando sus azulados driles, las suaves telas de su ropa interior, su piel, su carne, sus vísceras, para traspasarla como si de rayos x se tratara.
Y así, de tontuna en tontuna dio con un interno distinto del resto. Si los melocotones bamboleantes de ella lo provocaban o no, nadie llegó a percibirlo. Ella también se percató de la aparente indiferencia de él y eso aumento su deseo. No solo eso, también reactivó la apatía que existía en su hogar después de quince años de matrimonio.
A partir del momento en que la funcionaria descubrió a su nuevo adversario en el juego del disimulo, llegaba a casa con sus deseos reprimidos y se abalanzaba en ayunas, y ni falta que hacía saborear un bocado antes de…, sobre su pusilánime marido, que sorprendido veía como su mujer lo devoraba con fauces hambrientas tal y como éste recordaba el comienzo de su relación allá en su aldea natal del Cierzo.
No contenta con ese apaño matrimonial, comenzó a analizar a su presa con hábitos propios de depredador. Entró en el historial penitenciario del menda, en su vida privada, analizó con detenimiento sus características, y después de sopesar todos los pros y los contras que le acarrearían salir de caza furtiva, decidió, y ante el nudo interior que se le formaba y las humedades que desprendía en cada ocasión que se cruzaba con el interno, cargar su arma y esperar el momento más propicio.