A los dos días me sacan de Aislamiento, pero no con la intención de regresarme al anterior sino de cambiarme a otro, al 4. Es por mi bien, dicen, no vaya a ser que al gitano malo se la vayan a cruzar los cables y te tengamos que sacar amortajado. Simpáticos los funcionarios; cómo velan por mi salud.
El 4 es otra cosa. Este es un módulo de nenes, un revoltijo de novatos como yo, algunos con experiencia pero de buen llevar el día a día, y mucho extranjero. Y de bastante más ocupación; lleno casi total. Nada que ver con el anterior, lugar de tíos peligrosos pero serios, y apenas unos pocos, eso era lo mejor.
Me encaloman en el chabolo de un colombiano. Desde el primer momento percibo que el Dany es un menda recto, claro y con madera de líder. El primer día me pone sobre aviso de cómo funcionan las reglas del chabolo: él manda, la celda es suya. Mi inexperiencia me vuelve torpe en un espacio tan reducido, con alguien que apenas conozco y con unas directrices que temo no saber obedecer.
Esa tarde se sienta en el trono como el que se lava la cara y me suelta:
- Aja, compi, voy a poner un huevo así que abra la ventana y si quiere, mire hasia fuera.
Mi primer bautizo real con un compañero de celda. A partir de ese momento me va marcando las pautas del juego y yo me dejo llevar por mi ignorancia y con ansias de conocer una nueva etapa en mi vida que hasta ese momento consideraba inexistente.
Cuando bajamos al siguiente día al patio se acerca un compi que dice saber algo de mi amigo, de ese que entró conmigo, de ese que cuando tuvo la oportunidad salió pitando del módulo, de ese que me abandonó a mi suerte a pesar de las influencias del hermanito.