Continuó deambulando de cabina en cabina sin que le llamaran la atención. Seguramente los de verde estarían echando una cabezadita. Poco les duraría. Tendrían que accionar los dispositivos de apertura remotos de las cabinas que de continuo timbraban.
- Ese aireee, me cago en Diosss- gruñó de nuevo el de adelante. Esta vez la blasfemia tuvo su efecto; el tornado se transformó en suave alisio que aplacó los ánimos.
-Uf, ya sacabó esti calor. Que cunda coñaso. ¿Dondi vas tú, compi?-preguntó el negro para abrir conversación.
Apenas habíamos intercambiado un par de frases desde anoche, y yo, la verdad, no estaba por la labor.
-A Zuera, a la nueva prisión de Zaragoza, ¿y tú, moreno?
Me miró con su profundo ojo derecho, analizándome:
-Yo a Nanclares di Oca, pero duermo hoy aquí, je, je, bueno allí, en Suera -soltó con una mueca final y le devolví una, forzada, como para zanjar el tema.
Me revolví en el asiento, tratando de estirar las piernas. Imposible, no lo permitía la chapa de delante. Levantarme hubiera sido un desahogo, pero la altura calculada para un hispano de mediados del siglo pasado solo permitía estirarme a medio camino y con cabeza gacha. Ya ven, en prisiones siempre agachando la testa, hasta en el puto canguro.
De nuevo el movimiento me arrulló. Miré el peluco. Aún cuatro horas, pensé.
Me adormilé.