Amén de eso, a sus internos de confianza los mandaba un par de días del permiso a una finquilla que tenía en Córdoba, para que le terminaran la casa que en ese lugar se estaba construyendo. La mujer, por su parte, pedía de a gratis los productos necesarios para el hogar al economato central de la prisión, de donde algunos internos lameculos de tercer grado se lo llevaban a domicilio al caer la tarde y cuando apenas se reconoce a un pájaro de otro. Y el Audi de él destellaba limpieza, aunque no tanta como el BMW de ella. Y todo esto, con el sueldo de director, es decir, de funcionario de prisiones con algún grado más de beneficios.
Vivía como un ministro, mientras nosotros teníamos que comer patio por mil y pico euros al mes. Y este opusino de mierda, robando a manos llenas y observando los patios desde su despacho de dire.
Pero los aires comenzaron a cambiar y como la administración veía cierto desorden en los juzgados de vigilancia penitenciaria, además de echárseles las elecciones encima, quisieron dar un aire fresco a la institución y comenzaron a cambiar jueces y funcionarios de lugar. Y de la noche a la mañana se presentó la nueva J.V.P. a esta región, relevando de su cargo al indolente pajarraco que antes lo detentaba.
Llegó una mañana, sin previo aviso y las cosas claras. Con dos cojones se presentó ante el director y demás chupatintas administrativos, saludó a algunos de nosotros, de los de a pie, y se puso a recibir en audiencia a los internos que así lo solicitaron. En una mañana liquidó lo que el anterior en tres meses. A partir de ese día los permisos y terceros grados comenzaron a volar y el talante y ánimo de los presos cambió. Para nosotros, de puta madre, ya que no teníamos que mantenernos en alerta constante.