Vaya mierda de trabajo. Esto de tener que cuidar a estos putos presos me saca de quicio. Lo único positivo de este currele de mierda es que solo trabajo dos días, unas doce horas por día, y una noche completa. El resto de la semana la tengo libre. Bueno, libre, lo que se dice libre, no, joder, ni siquiera tengo esos días para mí después del curre que me doy.
Tengo que llevar a José y Mari al cole, los recojo por la tarde y a veces hago la compra. Juana, mi mujer, lo hace los días en que yo currelo. En su empresa se lo permiten; lo pactó con ellos cuando comenzó a trabajar. Así que ya me veis, haciendo las labores de padre y marido ejemplar durante los días que me quedan libres, que son muchos. Aunque no todo son labores de casa, ya que cuando los chavales están en el cole quedo con los amigotes u otros compañeros del centro a tomarnos unas cañas, y en ocasiones y por la tarde, nos vamos a los Ángeles de Charlie a echar un polvo. Sí, los Ángeles de Charlie es el puticlu de guarris que queda en la carretera. Ya nos conocen y siempre nos consiguen buen género y a buen precio.
Pero no solo los compañeros vamos allí. Muchas veces nos encontramos por este antro con algunos presos de permiso dándose un garbeo y con la lengua fuera. Es el mejor de la zona y como ya se ha corrido la voz por el centro, todos los de permiso y terceros grados van a mojar. Se cortan cuando nos ven, pero con hacernos los locos, tema zanjado.
Lo que iba diciendo. El curro es pesado de cojones. Doce horas en el patio es duro, en especial, en el módulo que llevo. El 1 es el módulo de los ruinas, de los de toda la vida y de los sidosos, los que de entrar y salir durante años ya no tienen solución. Normalmente funciona con tranquilidad, pero cuando se monta es de acojonarse. En esos casos se nos acabó la monotonía del día a día; sabes cuando entras pero ni zorra cuando sales. Eso es lo jodido y lo inseguro de este curro.
