Muchos ojos las controlan. Mientras la funcionaria entra en la pecera a darle palique a sus compañeras y les entrega la documentación de las recién llegadas, Elisabeth María mira a su alrededor; las tres permanecen unidas, en un sólida piña. La Julie se ha ido derecho hacia un grupo de internas que la reciben entre alharacas y besos; viejas conocidas de seguro.
Ve a grupos de chicas sentadas a las mesas, unas jugando cartas, otras dibujando o realizando algún tipo de manualidad. A través de los grandes ventanales del salón-comedor observa a diversas parejas de mujeres caminando por el patio, algunas de la mano, charlando las demás. Una se encuentra tomando el sol en ropa interior, con una botella de agua junto a ella, que escancia a medida que el sol corroe su piel. Pero lo que más le llama la atención a la colombiana, es la manera que tienen de mirarla, mezcla de curiosidad, desafío y deseo.
Le habían comentado que las prisiones españolas se encontraban desbordadas, pero aquí no ve muchas internas, es más, la cantidad que se encuentra esparcida por el módulo no ocupará la mitad del lugar; quizás haya algunas fuera, en cursos u otras ocupaciones. Más adelante se enteraría que los módulos de mujeres en raras ocasiones se llenaban, no así los de los hombres, desbordados hasta decir basta.
Cansada de permanecer de pie, encamina sus pasos a una mesa que se encuentra vacía, seguida por la brasileña y la colombiana paisa. Justo en el momento en que van a tomar asiento, una voz ronca y de pronunciación obtusa les llega con un tono más que amenazador: