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DE LAS PAREJAS Y SUS RELACIONES EN PRISIÓN (30)

Otro momento de silencio se apodera de los doce metros cuadrados del chabolo. Solo sobresale el sonido de un par de respiraciones intensas que rompen la quietud. De repente, Elisabeth María, se desliza suavemente de la cama de arriba, apoyando los pies en las barras traseras de la litera. Cesárea se hace a un lado y pega su espalda a la pared, haciendo lugar a su compañera. Se tumba frente a ella, cara con cara.

-Besos, no, por favor, tengo miedo- susurra la colombiana.

Entonces Cesárea introduce su mano por debajo de la camiseta de su amiga. Lo primero que la detiene es un pezón grueso, inhiesto, macizo, que soba suavemente. De los labios de la otra surge un gemido. Su mano rodea todo el pecho, para terminar pellizcando de nuevo el pezón, en extremo duro. Un nuevo gemido rompe el silencio. En ese momento siente como un par de dedos penetran directamente su interior, con suavidad, pero en dirección clara a su clítoris. Entonces la que da un respingo es ella, recibiendo unas sensaciones tan intensas como nunca creyó sentir.

La carioca lleva su mano al bajo vientre de la colombiana y empapa los dedos en sus labios; después merodea el clítoris en círculo, sintiendo como se hincha y endurece hasta llegar a un tamaño que ella no pensaba pudiera existir. El orgasmo llega de inmediato. A ella, poco después. La brasileña permanece  inmóvil, en exceso sensible para que la vuelvan a tocar por el momento. Pero siente como Elisabeth María retiene su mano dentro de ella, en busca del siguiente. La sigue tocando y la colombiana alcanza de inmediato un segundo y un tercer clímax. Relajadas, se acarician el pelo, la cara y en silencio se tumban una frente a otra, mirándose sin verse, sintiéndose, pero sin besarse.

Al cabo del rato y sin cruzar palabras, Elisabeth María se desliza de la cama y asciende por los gruesos barrotes de la litera hasta su catre.

A la mañana siguiente, un simple, buenos días, desde arriba, es lo único que se escucha antes de abrirse las puertas. A duras penas se miran, avergonzadas de poner en peligro su amistad, de traspasar la barrera de lo prohibido.

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